La inversión en innovación y desarrollo en áreas que atañen a la
ciencia y la tecnología no solo son considerados como elementos indicadores de
independencia económica y política para las naciones pertenecientes al mundo
globalizado; si no también se manifiestan en un enorme impacto en la calidad de
vida para sus habitantes, expresado en el fortalecimiento de sus instituciones y
el empoderamiento de estas por parte de sus ciudadanos.
Del mismo modo, el desarrollo y proyección de las políticas educativas
están dadas en términos de favorecer y retroalimentar una sinergia que, sustentada
en una constante reflexión de la práctica pedagógica y su relación con las
tecnologías de la información y la comunicación (TIC´s), redunda en la
formación integral, global y transversal de sus ciudadanos con miras a la
compresión de la realidad y la transformación de la misma en beneficio de sus
iguales.
Sin duda, el papel del docente en estos procesos es fundamental, ya
que se encuentra en una posición privilegiada que le permite no solo
desempeñarse como agente transformador de los procesos académicos, cognitivos y
de formación de sus dirigidos; si no también asumir un posición reflexiva,
crítica y propositiva de su práctica pedagógica; que en palabras de Freire (1988), debe estar dada en
términos de estructurar permanentemente la realidad, de preguntarle y
preguntarse sobre lo cotidiano y evidente.
Por lo tanto, la actitud transformadora del docente debe estar
acompañada por una actitud de investigador.
Para ello, la consolidación de una postura crítica, cuestionante y
creativa – mediada por la curiosidad- y en constante dialogo con la experiencia
de sus prácticas, harán que la aproximación, construcción y relación de los
procesos de pensamiento de sus estudiantes no se limite a observaciones planas
y descriptivas desde lo cuantificable.